La bioética es una disciplina que surge a mediados del siglo XX como respuesta al desarrollo de la ciencia y la tecnología sobre los organismos vivos. Su finalidad es desarrollar un pensamiento ético, que responda a consideraciones racionales, con el fin de establecer criterios éticos a la hora de tomar decisiones que afectan la vida.
Una de las primeras formulaciones de la bioética abordó una conciencia más global de la existencia de la humanidad en la tierra, donde se definió como «un llamamiento a la responsabilidad de preservar el medio ambiente, la atmósfera y la biodiversidad«.
Pero es en el campo de la investigación y de la actividad asistencial donde se ha desarrollado más, surgiendo, por un lado, de la necesidad de regular la ética de la investigación con sujetos humanos, después de la experiencia trágica durante la II Guerra Mundial, a la vez que por el contexto clínico ante las dificultades de los profesionales de tomar ciertas decisiones donde se planteaban conflictos de valores (recursos limitados, decisiones al final de la vida, etc.). La bioética ofrece respuestas, proponiendo un diálogo entre las diversas disciplinas de las ciencias y las humanidades para poder encontrar soluciones a los posibles conflictos éticos de su día a día. Así, la bioética reflexiona de manera global sobre cuestiones sociales que tienen que ver con la salud de las personas y, por tanto, que interesan a todo el mundo.
Desde los planteamientos iniciales, la bioética se ha fundamentado y desarrollado a partir de cuatro principios básicos que deben guiar tanto la práctica médica como la investigación, y en su ponderación, ayudar a tomar las mejores decisiones u orientar actuaciones. Idealmente, todos ellos deben poder conciliar, pero a menudo los conflictos de valores obligan a priorizar alguna, tarea en la que ayudan en gran medida a los comités de ética, asistenciales o de investigación, con su deliberación.
Así, los cuatro principios tradicionales de la bioética y más conocidos, sin perjuicio de otras propuestas también válidas, serían:
Autonomía: capacidad de la persona para tomar decisiones de manera libre e independiente, que debe respetarse siempre, salvo en casos excepcionales en que entre en conflicto con otros valores esenciales.
Beneficencia: maximizar los beneficios posibles y disminuir los posibles daños, siempre contando con el parecer de la persona en su valoración.
No maleficencia: no hacer el mal intencionadamente (Primum non nocere) o no incrementar con nuestra actuación el daño que ya sufre la persona.
Justicia: tratar casos iguales de forma igual para evitar al máximo las situaciones de desigualdad.